La Malquerida (2ª parte)

illustration from : A Mystery on Common
− ¿y ahora que?-pregunté, realmente no sabia que hacer.
−desvístete. –dijo a secas.
Me quité la ropa torpemente, ya que no podía quitarle la mirada de encima, desnuda era mucho mas bella, su piel, como un durazno, suave, dócil, su espalda era perfecta, sus pies eran tan afables que tuve miedo de tocarlos. Tenia una cicatriz en el seno izquierdo, no muy grande, que en lugar de hacerla fea, le daba otro enfoque de belleza. Tomó mi mano y besó mis dedos, después me dirigió por su cuello, por sus senos, por su vientre, por la gloria. Nunca me sentí mas excitado, me incorporé y le besé cada tramo de piel, luego traté de besarle los labios pero me rechazó. –No.- dijo decididamente.
Se recostó y por instinto me coloqué encima, pero por mi inexperiencia y después de varios intentos, no pude penetrarla.
–Lo siento.-dije. Luego rio un poco
− ¿no has hecho esto muy seguido?-dijo.
−nunca lo he hecho.
−pues entonces hagámoslo bien.
Se puso sobre mi y literalmente me monto, duro como tres minutos, pero bien valieron los veinticinco pesos, cuando termine me abrazó y me dijo –Servido señor, ya esta cogido. Y rió, simplemente rió, tenia una risa inaudita, no sabía si se estaba ahogando o riendo, así que no tuve mas que reír con ella.
−por cierto, me llamo Natalie, ¿y usted?- dijo mientras se vestía.
−Rodrigo, Rodrigo González.
−pues lo espero pronto, Sr. Rodrigo, ya puede irse.
Aquel día ya no vi a Mario, solo fui a casa. Ese, fue el preámbulo de lo que fuera la mejor etapa de mi vida, no se si llegamos a tener una relación formal, pero de lo que si estoy seguro es de que la amé con la intensidad con la que solo se ama a alguien en mucho tiempo. Me sedujo. Después de tanto frecuentarla ya solo me cobraba tres pesos, y es casi tangible, que ella también llego a amarme. Desde ese día mis visitas a la malquerida eran más frecuentes, ya no me importaba si iba Mario, solo iba por ella, por sus ojos.
Nunca me dijo su edad, pero le calcule como dieciocho. Era muy atrevida y alebrestada para su edad. A veces solo conversábamos, en lugar de tener sexo, era tan fácil conversar con ella, se dejaba llevar, no ponía pretextos, se entregaba, se me entregaba. Decía que se había escapado de su casa, en Francia, que tomó un barco y llegó a Veracruz, por su belleza le creía pero la verdad es que tenía el acento más veracruzano que había escuchado, pero ella insistía que era francesa. Luego me hablaba raro, pero como nunca aprendí francés, bien pudo haberme engañado. Me enseño a fumar, a reír, a soñar, a sentir, soñaba con algún día poner su propia cantina, yo soñaba con ella, con sus labios, con su ser.
Siempre me mantuvo al margen, nunca supe nada más de lo que debía saber, nunca supe su apellido, ni de sus otros clientes, no me explico como se había hecho la cicatriz en el pecho, y no estoy muy seguro de que se llamara Natalie, ni mucho menos de que fuera francesa. Solo hablábamos de lo nuestro, de mí, de mi vida, que para ese momento ya le pertenecía.
Estuve como cinco años en Minatitlán, tres de los cuales compartí con Natalie. Fue un octubre cuando recibí una carta de mi madre, mi padre había muerto y alguien debía hacerse cargo del negocio y desde luego de ella en Puebla, no me dolió su muerte, me dolió dejar la malquerida, dejar mi amor, dejarla.
Le dije que se fuera conmigo, que huyéramos, tal ves casarnos, salir de ahí, juntos, yo convencería a la colmena, le pagaría por ella, pero no, ella no quiso, no se por qué, hasta hoy no lo entiendo, no quiso ir conmigo, solo dijo que no podía moverse de ahí, que esa era su vida, y yo solo era un cliente más.
La ultima noche, lo fue todo, fue el día que morimos juntos, le pague cien pesos a Irene para que la dejara salir, la lleve al rio, nadamos, y nos sumergimos uno en el otro, descansamos bajo un árbol sobre la tierra y el herbaje, ella sobre mi, y la llovizna sobre nosotros, en octubre no había gente en la ciudad, así que con nuestros cuerpos húmedos, y empapados de ganas, no tuvimos sexo, hicimos el amor, un amor lento, acompasado, doloroso, un amor efímero, y perenne.
Me despidió en la estación de tren, me dio una caja pesada –ábrela cuando llegues a tu casa, solo hasta entonces, no me pidas explicaciones.- dijo. Nunca se andaba con rodeos, era directa, sin decoros. Yo quería preguntar, saber, pero puso su mano en mi boca, y me besó en los labios con los suyos, con su alma, se detuvo el tiempo, se inmortalizo mi amor, hurtó mi espíritu. Esa seria la primera y única vez que mis labios rosarían los suyos. –Ahora vete- dijo. Y mientras partía el tren le grite eufóricamente–te amo- ella no dijo nada, sus ojos, esos ojos, hablaron por ella, también me amaba.
Al llegar a puebla, abrí la caja. En ella había monedas, billetes doblados y una carta… “te devuelvo tu dinero, a cambio de tener de vuelta mi libertad, espero tengas una buena vida, y si me quisiste como yo lo hice, te pido no regreses, no me busques, olvídame Rodrigo, entiérrame, por que yo hare lo mismo, te regreso esto por las veces que estuvimos juntos, lo único que me quedo son veinticinco , y la dicha de haber sido la primera mujer en tu vida…es lo mejor, adiós.”
Cumplí con lo que dijo, jamás volví a Minatitlán, en la vida la busque, pero nunca logre enterrarla. Me casé con una mujer llamada Soledad, nunca tuvimos hijos, no tuvimos nada. Soledad murió hace un año, y a la muerte no le soy indiferente, se que no falta mucho.
Hoy rompí la promesa, me arme de bravura, y estoy sentado frente a lo que un día fue el mejor lugar de mi vida, y que hoy esta vuelto ruinas, como yo. Ya no tiene puertas, la pintura pereció, y entre la propaganda pegada en la pared, aun se notan las letras grandes y rojas en las que se puede leer apenas “la malquerida”…es verdad, me mal-quiso, me mal-cogió, me mal-mató, me mal-viví, la mal-dejé, la mal-amé… Me arrepiento.
Enciendo un cigarro con mas nostalgia que ganas y camino por varias calles, y es que el tiempo es miserable y el corazón tan cobarde, que en ese instante no puede mas que llorar en silencio. paso por la refinería, que ahora es mucho más grande, entro a una cantina sin fijarme en nada, solo quiero alcohol, quiero volar, perderme, no es tarde, me dirijo a la barra y de repente… veo los mismos ojos verdes que vi hace tantos años, todo cambio… menos esos ojos.

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