la malquerida



“de que maldita sea me sirve la vida, sino tengo a quien amar, a quien querer y en quien pensar”

“Et ces yeux de la vôtre… si laid… si rigide… si charmant”


El alcohol, en cualquiera de sus presentaciones, es la llave del alma, eso lo afirmaba Natalie, una muchacha alebrestada que conocí en mi juventud, no recuerdo bien el año y casi ningún rostro de la época, pero a ella, la recuerdo como si hubiera sido ayer. Debí haber tenido no más de veinte años cuando la conocí. Fue en los años que fui a Veracruz a buscar trabajo tratando de evadir a mi padre, y lo encontré en una refinería, en una ciudad quieta y calurosa. Minatitlán.
Pronto conocí un lugar llamado “la malquerida”, el cual suponía ser una cantina, la verdad es que era el putero más visitado de la ciudad, en esos años para un petrolero no había más diversión que una buena copa para soportar el día y una buena puta para soportar la noche. Ahí pasaba la mayoría de mi tiempo libre. A mi memoria llegan Pedro, Luis que era tabasqueño y Mario que venia de Guatemala y otros de los cuales ni el nombre recuerdo. Pero fue con Mario con el que intime más. En el consumo variábamos, no les mentiré, tome desde un buen whiskey hasta el más barato aguardiente.
“la colmena”, así apodaban a la dueña de la malquerida, le decían así porque la condenada empezó vendiendo pulque pero como ahora vendía puro vino se encolerizaba si alguien tenia la osadía de llamarla así –Irene, pendejo, me llamo Irene Carrillo y a quien no le guste que valla y chingue a su madre- decía cuando se encabronaba, ya tenia sus cuarenta pero estaba de buen ver.
El lugar no era muy espacioso, solo había una barra, varias mesas y una rocola, de esas que no he vuelto a ver, pero al lado de la barra había otra puerta con una cortina negra tapando el paso. –Es donde están las putas de la Irene- decía Luis –son como treinta o más, solo dios sabe- concluía Mario con bastante pudor. Pero la verdad es que ninguno de nosotros se había atrevido a entrar ahí, hasta entonces.
De los que acostumbrábamos la malquerida, yo era el más decente, si así puedo llamarme, ya que era el tomaba menos y el que pagaba más, además era de los pocos que no trabajaba limpiando tuberías, así que la mayoría del tiempo permanecía limpio. En la semana tomábamos una que otra copa pero los sábados era costumbre emborracharnos desde el alborada hasta el ocaso o tal vez al siguiente, era la magia de la juventud supongo. No me arrepiento.
Ahí, se rompían todos los estatus masculinos, como que los hombres no lloran, no son chismosos, las mujeres no toman, entre otras, ya que en esa cantina vi de todo, me di cuenta de que los hombres tienen más problemas que las mujeres mismas, sollozan por todo, riñen, cantan, bailan, ríen, se abrazan, en fin, hacen estupideces. En la malquerida te vuelves confidente de todos, mas que un amigo te vuelves un hermano, ya que no hay mejor lugar para desahogar las penas, compartir éxitos y en su mayoría fracasos, el motivo era irrelevante la cuestión era tener algo que beber y alguien con quien hablar.
Mario era el más jodido de todos, huérfano de padres, y venia a probar suerte en México, decía que juntaría dinero y regresaría a Guatemala para casarse con su novia, la cual según él, lo esperaba paciente. Un domingo Mario se había enterado de que Rosita, su novia guatemalteca se le había casado con otro, así que después de tomar y llorar lo suficiente, le dijo a Doña Irene que cuanto cobraba por una muchachita, y como buen amigo lo acompañé en la pena. Esa fue la primera de las muchas veces que atravesé la cortina negra. Entramos lento, sin prisa, nerviosos, como si fuera nuestra primera ves, aunque para mi, así era. La escena era tal como la imagine, había como veinte mujeres, todas diferentes, tanto en edad como en atributos, todas paradas en una pared roja, atrás de esta, el espacio era mucho más grande, mucho más que el de la cantina, había varias camas separadas por cortinas, desde luego, los gemidos y resortes se escuchaban como una excitante orquesta de perdición dirigida por Venus.
La transacción era sencilla, le dábamos dos pesos, de los de ese entonces, a la colmena, por la renta del lugar, y aparte te arreglabas con las señoritas, las cuales no pedían más que cinco pesos. Siempre pensé en que se sentiría ser una puta, tener amoríos, y cobrar por ellos.
Mario se había agarrado a una señora gorda como de treinta y cinco, simpática, aunque todas las mujeres se me hacen simpáticas, pero solo algunas, poseen verdadera belleza, no la del cuerpo circunstancial, sino la de la calidez del alma. Recuerdo que las mire a todas, pero ninguna me gusto, di varias vueltas al lugar, y nada. Pero justo en la esquina estaba recostada en un sillón viejo, la mujer mas hermosa que hubiese visto hasta ese momento, inclusive, en toda mi vida. Era una alegoría a la belleza, era monumental al igual que sobria, era altanera.
Era de tés blanca que contrastaba con su pelo negro rizado, sus ojos eran grandes y detallados de un verde agua, casi transparentes, penetrantes, hipnotizadores. Sus labios tenían un color tan rosa, tan húmedo, deseosos de ser besados. Era soberbia la condenada, solo tenia puesto un camisón, de esos que no son celosos y dejan ver un poco más. No tenia nalgas, pero sus senos parecían de diosa, redondos, erectos, no muy grandes, nunca fui de gustos exagerados. Era feroz y afable a la ves, pareciese que tan solo mirarla la pudiese lastimar, pero si se le incitaba, el vulnerado seria otro.
-¿Cuánto?- atine a decirle, nervioso y casi tartamudeando cuando me acerque a ella. Me barrio con la mirada y luego sin mirarme dijo –veinticinco pesos señor, ¿le alcanza?-.justamente me habían pagado el viernes -Si- respondí muy seguro, quería tenerla en ese momento, hacerla mía, toda mía.
Me tomó del brazo, y me llevó atrás, buscó un lugar desocupado, abrió la cortina, tomó una toalla y la puso sobre la cama, y se acostó en ella. A pesar de que yo era mayor, ella tenia más experiencia, de hecho, yo no tenia ningún tipo de experiencia sexual, solo como dicen por ahí, los malos tactos.
− ¿y ahora que?-pregunté, realmente no sabia que hacer.
−desvístete. –dijo a secas.

continuara....

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